miércoles, enero 31, 2007

gracias

Hoy voy a confesar dos debilidades: una, que veo "Cuéntame" los jueves por la noche. La otra es que me gusta...
Me gusta recordar y no perder la perspectiva histórica, la memoria...
Admiro a aquellos que lucharon por la libertad que tenemos hoy (que a lo mejor no es completa, pero en todo caso es mayor que la que teníamos).
Hoy he sabido que una persona que conozco guardaba una imprenta en casa para hacer paskines. Los echaban en la Plaza Mayor.
GRACIAS

domingo, enero 21, 2007

Cuscuserada

Un año más. Pero no ha cambiado nada.


Bueno, algo sí: mi cuscusera. Los Reyes Magos me han traído una nueva, la segunda de mi vida. Es muy bonita, con unas asas marrones y una tapa superior de cristal que permite ver cómo se van cociendo al vapor el cuscús o las verduras. Además, es brillantísima. Como se dice en catalán, fa patxoca. Fa goig.


La primera también me hizo mucha ilusión en su día. Con ella hice mis primeros cuscuses, habitualmente con pollo y verduras y de inspiración tunecina, porque en Túnez es donde yo aprendí a amar el manjar de la sémola. El picante de la harissa, por tanto, no podía faltar en mis recetas. ¿Te acuerdas, Myriam? Cómo olvidarlo. Cómo no recordar las veces en que me comí una parte de tu comida porque no podías más con el picante. Picante que lo impregnaba todo: desde el cuscús o los espaguetis hasta las simples ensaladas.


Hay cosas que no se olvidan. Por eso, aunque ya me he deshecho físicamente de ese primer caldero magrebí, gracias a él quedarán para siempre grabados en mi mente algunos momentos trascendentales tanto en el plano personal como en el político.


Hace poco acabé de leer el libro Bagdad en llamas, de Riverbend, inspiradora blogger de la que ya hemos hablado sobradamente aquí. El libro editado en España cubre las entradas desde 2003 hasta 2004. Porque 2003 fue el año en el que comenzó todo. ¿Han pasado ya 4 años? Parece que fue ayer, pero no: hay gente que lleva ya casi 4 años yendo de mal en peor, viviendo una pesadilla o muriendo en ella. No hay más que leer la última entrada de Riverbend, de diciembre de 2006, para constatarlo.


2003 fue un año fatídico. En lo personal, porque murió una de las personas que más he querido en mi vida: Pedro, uno de los hombres más buenos que han existido nunca. Con él, precisamente, compartí algunos de los anocheceres más intensos que se han vivido en Barcelona, y en mi vecindario de Santa Coloma. En abril, sólo unos días antes de su trágica muerte, Pedro y yo salimos a la terraza, a la hora marcada, para protestar enérgicamente por la flagrante violación de la vida que el Bigotes estaba perpetrando mientras lamía los culos más poderosos, mentirosos y criminales del mundo. Y lo hacía en nuestro nombre, representándonos.


La primera noche, Pedro y yo cogimos lo primero que pillamos en la cocina para hacer tanto ruido como fuese posible. Yo agarré la tapa de la cuscusera. Pedro, la parte baja de la misma. Desde la terraza del ático, nos dispusimos a golpearlas con enseres de metal: una cuchara, un cazo… No éramos los únicos. La cacerolada se estaba ya extendiendo como una mancha de petróleo por Santa Coloma. Veíamos de balcón a balcón cómo los vecinos salían a golpear sus ollas en señal de protesta por los crímenes anunciados. Un ensordecedor estruendo se hacía eco por la totalidad del barrio. Gentes de toda condición participaban en la bronca. El sonido, que parecía no desfallecer nunca, no me entraba por los oídos, sino que me atravesaba directamente el pecho: ¡no éramos los únicos protestando contra la injusticia! Se me formaba un nudo en la garganta y me costaba respirar. Los ojos se me llenaban de lágrimas, como ahora al recordarlo. ¡El pueblo reaccionaba! Luego aspiraba hondo y me reponía. Si no nos hacían caso entonces, era que no existía la democracia. Las noticias decían lo mismo: todas las calles eran un clamor. En las del Eixample barcelonés, normalmente aturdidas por el ruido de los coches, reinaba sobre todos los sonidos el del metal de las cacerolas.


Tras el fragor del grito colectivo (duró unos 50 minutos), nos dimos cuenta de que la cuscusera estaba abollada por todas partes. Nos reímos. Seguiríamos usándola de todos modos, o incluso con más motivo. Eso es lo que he hecho mientras he podido. Pero ahora ya le faltaba una de las asas, lo cual la hacía poco operativa, así que decidí tirarla cuando me llegó el regalo de Oriente. Es curioso que vengan de allí los Reyes.


Como recuerdo póstumo, queda aquí esta foto suya, en la que se aprecian las cicatrices de la guerra y dos orificios que son como ojos con pena. Es casi humana. No obstante, a ella ese es el único daño que le quedó del conflicto. Nuestro dolor ante la injusticia de Iraq le causó heridas. Yo he podido reemplazarla por otra, y seguir viviendo con normalidad a pesar de todo. Los iraquíes, en cambio, jamás podrán arreglar los platos rotos que les hemos dejado.